Las cadenas alimentarias modernas son procesos que consumen mucha energía, lo que implica impactos ambientales y una dependencia a recursos no renovables. Sin embargo, algunos estudios tienden a subestimar el consumo de energía en el transporte al asumir algunas simplificaciones en sus modelos o al no considerar niveles agregados de análisis.

El tomate es la hortaliza más producida a nivel mundial, alcanzando el 16% en 2020, y en España representó un tercio de la producción hortaliza en el mismo año (FAO 2021). España es segundo productor y exportador de Europa, y el octavo productor y el tercer exportador del mundo (FAO 2020). El papel estratégico del sector tomatero español se puede ver en el crecimiento de la agroindustria manufacturera de alimentos, convirtiéndose en el segundo exportador de pasta de tomate de Europa y el cuarto a nivel mundial (de Oliveira et al. 2019). La producción de tomate en España también está altamente especializada y localizada en unas pocas provincias (INE 2017b; MAPAMA 2017a).

Este trabajo analiza comparativamente la energía incorporada a los productos de consumo de la cadena agroalimentaria del tomate en España, incluyendo los productos consumidos en el país y los exportados a terceros países, teniendo en cuenta el consumo energético desde la producción hasta la distribución doméstica. Calculamos los flujos de materias primas y productos de toda la cadena combinando bases de datos oficiales e informes comerciales para reconstruir la ubicación e interconexión entre nodos de producción, de procesamiento y de consumo, tanto internacionales, nacionales como provinciales.

Por un lado, la especialización agraria concentra la producción en provincias con invernaderos que producen fuera de temporada, lo que contribuye significativamente al consumo energético total. Además, los productos manufacturados tienen un alto nivel de energía incorporada, especialmente en el mix de consumo de productos en España, que es el factor clave de la cadena, tanto en las exportaciones como en el consumo nacional de alimentos. Por otro lado, la especialización productiva y exportadora provincial determina la existencia de un desacoplamiento entre los clusters agrícolas, manufactureros y exportadores a lo largo de la cadena, aumentando significativamente el uso de energía por unidad consumida o exportada al implicar flujos de transporte de recirculación entre provincias, lo que es particularmente evidente en las provincias exportadoras que abastecen a los países europeos.

Este proceso se ignora en estudios de evaluación del ciclo de vida (LCA por sus siglas en inglés) anteriores, lo que lleva a una subestimación del coste energético. Como conclusión general, se ha demostrado que la recirculación debida a la especialización geográfica de las diferentes etapas de la cadena alimentaria es un importante contribuyente al uso de energía en la cadena del tomate español y debería estudiarse más a fondo en cadenas alimentarias de otros productos y países. Además, los enfoques para reducir el uso de energía en el sistema alimentario no deberían centrarse solo en medidas específicas en fases separadas de la cadena alimentaria, sino en reconfigurar su organización territorial y sus modos de producción y procesamiento.

Este estudio realiza una caracterización muy detallada de la cadena alimentaria del tomate en España en términos de consumo energético, considerando el destino final: consumo nacional o exportación, con el fin de reconocer el verdadero uso energético como consecuencia de la especialización productiva y su transporte posterior. Esto nos ha permitido identificar puntos críticos de uso de energía, contribuyendo a sentar las bases para diseñar una cadena alimentaria más eficiente.

Además, esta contribución tiene dos resultados valiosos:

  1. La implementación de una metodología novedosa para calcular los niveles agregados territoriales teniendo en cuenta la distribución espacial de los actores económicos y sus interconexiones.
  2. La identificación de posibles errores de cálculo en estudios previos debido a enfoques metodológicos simplificados que tienden a reducir las estimaciones de impacto ambiental.

El consumo energético de la cadena alimentaria

La agricultura y la ganadería son responsables de un tercio de la energía total gastada por el sistema alimentario en Europa (Monforti-Ferrario et al. 2015), derivado de un alto uso de energía incorporada en insumos que ha reducido la eficiencia energética de los agroecosistemas (Pellegrini y Fernández 2018; Gingrich et al. 2018). La industria alimentaria es también un importante y creciente consumidor de energía (Sonesson et al. 2005), debido principalmente a los materiales de embalaje (Levi et al. 2011) y a los procesos intensivos de fabricación relacionados con la cocción y la pasteurización (Lozano et al. 2009; Sonesson et al. 2005; Sonesson, Janestad y Raaholt 2003).

Varios estudios también indican que el transporte es una de las fases de la cadena alimentaria con mayor consumo energético (Pimentel et al. 2008; Pérez-Neira et al. 2020; Infante-Amate et al. 2018), y existe un amplio consenso sobre la necesidad de reducir la demanda de transporte de alimentos (de Blas et al. 2020; aan den Toorn et al. 2019). El volumen transportado, el medio de transporte utilizado y las distancias recorridas juegan un papel fundamental en el uso estimado de energía (Canals et al. 2007; Sim et al. 2007). Sin embargo, las simplificaciones realizadas en una amplia gama de estudios sugieren una posible infravaloración a niveles geográficos agregados. Esta posibilidad viene respaldada por investigaciones recientes que concluyen que estudios anteriores habían subestimado las emisiones de GEI del transporte relacionado con alimentos (Li et al. 2022).

Las estrategias para reducir el consumo de energía se vuelven más complejas cuando consideramos la combinación de producción y transporte de forma conjunta (Gamboa et al. 2016), ya que en ocasiones se identifica una compensación entre la eficiencia energética de la producción local y la reubicación de recursos y cadenas de distribución.

La especialización productiva podría presentar un menor uso de energía al tiempo que implica un transporte posterior, mientras que las cadenas alimentarias locales podrían reducir el uso de energía del transporte, pero la relocalización de la producción podría aumentar el uso de energía de la misma. Por tanto, los resultados a escalas agregadas, en las que se analicen conjuntamente la actual concentración en clusters productivos y manufactureros especializados y el transporte relacionado con esta distribución geográfica, deben definir las acciones estratégicas sostenibles.

Importancia del transporte en el uso de energía en la cadena alimentaria

Los estudios sobre la cadena alimentaria del tomate que abordan la hiperespecialización territorial de la agroindustria y los impactos incorporados de las materias primas suelen considerar que el transporte nacional es un factor de poca relevancia en el uso energético de la cadena alimentaria.

Esta publicación reconstruye la cadena alimentaria del tomate de exportación y consumo en España, incluyendo productos frescos, semielaborados y elaborados. El análisis agregado muestra que la producción agraria se orienta principalmente hacia la manufactura, el consumo nacional y los flujos de exportación, en este orden. A lo largo del cálculo de la disponibilidad neta provincial, así como del uso de energía necesaria para cumplir su dinámica, pudimos ubicar patrones de funcionamiento debidos a la organización de la estructura logística y productiva, lo que nos ha permitido identificar algunos elementos muchas veces excluidos en estudios anteriores.

En primer lugar, la estructura productiva presenta un alto nivel de especialización agraria/manufacturada en clusters localizados, así como una concentración de flujos exportadores desde provincias que no suelen presentar ese tipo de actividades. La producción agraria presenta un alto nivel de intensificación productiva, en la que la mayor parte de la producción se desarrolla en provincias especializadas que concentran el 95% de la producción. Este patrón introduce una necesidad adicional de flujos de recirculación entre las provincias productoras de tomate y las provincias con clusters de fabricación.

En segundo lugar, el transporte de recirculación contribuye de manera relevante al uso de energía, particularmente en el caso de los tomates frescos o semiprocesados (pasta, concentrado y tomate fresco), contribución que normalmente se pasa por alto en estudios previos que tienden a concebirlos como productos de origen local o sin relevancia.

En tercer lugar, comparar los flujos de exportación con su disponibilidad a nivel provincial nos permite identificar la orientación comercial intermediaria de algunas provincias en las cadenas alimentarias globales, ya que exigen flujos de recirculación de las provincias productivas para garantizar los flujos de exportación. Además, hay también una cantidad significativa de producto importado para consumo o para reexportación, lo que aumenta la energía incorporada total. Por tanto, toda esta dinámica se traduce en la existencia de un importante nivel de transporte de recirculación tanto de productos de exportación como de consumo, representando el 13% del uso energético en toda la cadena.

Estos hallazgos son algo que rara vez se refleja en los estudios de LCA revisados, principalmente debido a la ausencia de un análisis regional/nacional agregado que combine los subsistemas de la cadena alimentaria, así como a la magnitud del transporte de recirculación para satisfacer la demanda de insumos manufacturados, productos comestibles y de exportación. En este sentido, la organización productiva, manufacturera y logística responde a una lógica económica con importantes consecuencias en el uso de energía, presentando una estructura organizacional disfuncional en términos del imperativo de orientar la producción y el consumo de alimentos hacia escenarios más sostenibles.

El estado actual de la cadena alimentaria del tomate se beneficiaría de una optimización. Por un lado, los cambios en la demanda de alimentos, alejándose del escenario actual reduciendo el consumo de productos procesados pero manteniendo el equivalente de tomate, reducirían el uso de energía en la cadena alimentaria, ya que el tomate enlatado cortado en cubitos tiene el doble de energía incorporada que el tomate fresco. Además, la transición hacia una demanda agregada de alimentos que redujera el consumo fuera de temporada y lo sustituyera por hortalizas producidas con modos de producción menos intensivos, limitaría el uso de invernaderos en la agricultura, uno de los principales elementos responsables del alto perfil energético de la fase de producción. Igualmente, la relocalización de la cadena alimentaria reduciría la necesidad de recirculación, aunque se tengan que tener en cuenta diferentes niveles de energía incorporada provincial para lograr un diseño del sistema alimentario que reduzca eficazmente el uso de energía. Sin embargo, un decrecimiento general de la agricultura intensiva y de los clusters manufactureros reduciría el uso general de energía de la cadena del tomate, pero debería modelarse en análisis futuros. En particular, las sugerencias para transformar el uso de la energía deben considerar simultáneamente la producción, las prácticas manufactureras, los modos de transporte y las distancias, ya que acortar las distancias implicaría modificar la producción provincial, por lo que en ocasiones sería necesario un aumento de la producción provincial para reducir el nivel de recirculación interprovincial. De hecho, esta medida podría influir en la energía incorporada de la producción debido a la intensificación, cambiando así los resultados generales.

En resumen, la reconfiguración de las redes logísticas hacia la demanda local, priorizando el consumo local sobre la exportación y eliminando las importaciones mientras aún sea posible una producción local estacional, reduciría también el nivel de recirculación en el actual sistema alimentario del tomate.

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