El capítulo 4 del recientemente publicado «Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España» está dedicado al análisis de los impactos ambientales de la producción agrícola y describe posibles estrategias para reducirlos y al mismo tiempo adaptarse al cambio global, de manera que se pueda avanzar así hacia su sostenibilidad ambiental. en el capítulo titulado «Sistemas agrícolas que minimicen impactos ambientales y favorezcan la adaptación al cambio global» han participado cuatro autores, entre ellos Eduardo Aguilera, investigador postdoctoral Juan de la Cierva en el CEIGRAM, perteneciente a la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, de la Universidad Politécnica de Madrid, y socio fundador de Alimentta.

En el texto primero se describe brevemente el papel central que tienen el sistema agroalimentario, en general, y la producción agrícola, en particular, en la crisis ambiental global y en la situación ambiental de España. Un papel que abarca el cambio climático pero también, y de manera aún más central, otros impactos ambientales como los relacionados con el uso del territorio, vinculado a la deforestación, y del agua dulce, la alteración de los ciclos de nutrientes, o la pérdida de biodiversidad. A continuación, se identifican distintos modelos para abordar la sostenibilidad de la producción agrícola, desde los más continuistas con la producción convencional prevalente en la actualidad, como la agricultura integrada o de conservación, que se limitan a medidas técnicas y a menudo basadas en productos químicos de efectos inciertos o constatadamente negativos sobre la salud humana y los ecosistemas, pasando por el modelo de la agricultura ecológica normativa, que prescinde del uso de productos químicos de síntesis e incorpora numerosas prácticas agroecológicas con numerosos beneficios socioambientales, pero que también se limita a cambios técnicos, hasta el modelo agroecológico, que supone una visión sistémica e integrada del sistema agroalimentario, abarcando toda la cadena alimentaria desde la producción al consumo, y de vuelta a la producción vía gestión de los residuos, y abarcando además no solo aspectos ambientales sino también económicos y sociales. Según se identifica en el capítulo, esta visión sistémica del modelo agroecológico es la única capaz de dar respuesta a los múltiples retos interrelacionados a los que se enfrenta la producción agraria en las próximas décadas. En el capítulo se proponen una serie de medidas con enfoque agroecológico, aunque no exclusivas de este modelo, para avanzar hacia la sostenibilidad ambiental de la producción agraria.

Estas medidas se estructuran en cuatro bloques:

Bloque 1. Medidas relacionadas con la reconexión de la producción y el consumo. Estas medidas tratan de reestablecer los vínculos entre la población y el territorio, promoviendo los Sistemas Agroalimentarios Locales de Base Agroecológica (SALbA). El reciclado de materiales y nutrientes incluye los materiales generados a lo largo de toda la cadena agroalimentaria, como la agroindustria y los residuos generados de los hogares, que en la actualidad se generan mayoritariamente en vertederos o incineradoras, desperdiciando nutrientes y carbono de alto valor agroecológico. En esta medida jugaría un papel esencial la práctica del agrocompostaje, que además de valorizar los residuos generando una enmienda orgánica de alta calidad, contribuye a reducir el transporte y a implicar a la población en la gestión de residuos urbanos, favoreciendo los vínculos entre personas consumidoras y agricultoras. La cercanía del consumo, a través de la relocalización de las cadenas de producción de alimentos es esencial en la construcción de sistemas agroalimentarios sostenibles, no solo a nivel ambiental, por la reducción del transporte y de la especialización productiva que genera monocultivos, sino también, como en el caso del agrocompostaje, social, por la generación de vínculos entre campo y ciudad que incrementan la conciencia de las consumidoras sobre la importancia de una producción sostenible de alimentos. La integración agroganadera cobra gran relevancia dada la actual desconexión del territorio de la mayoría de sistemas ganaderos (excepto los extensivos), particularmente en España, que depende en gran medida de la importación de piensos de Sudamérica, donde se genera deforestación, y del Este de Europa, cuyo suministro en la actualidad está comprometido por el conflicto bélico. En su lugar, la producción ganadera debería recuperar su papel tradicional de valorización de la biomasa no comestible por los seres humanos, incluyendo recuperación de pastizales abandonados y aprovechamiento de residuos de cosecha, de agroindustria, y de hogares. Esta reconexión no solo incrementaría la sostenibilidad de la producción ganadera, sino también de la agrícola, proporcionando nutrientes y carbono a los suelos.

Bloque 2. Medidas relacionadas con la diversificación. La diversificación a múltiples niveles, desde los intercultivos y rotaciones hasta las estrategias comerciales, es el principal eje sobre el que pivota la resiliencia y estabilidad de los sistemas agroalimentarios, esencial en un contexto de cambio climático y global. La medida variedades locales de cultivo, mejora participativa y nuevas especies se refiere a la gestión del patrimonio genético de la producción agraria. Las variedades locales, ampliamente diversas, están adaptadas a su entorno y suelen responder bien ante situaciones climáticas adversas. El rescate de estas variedades es un buen punto de partida para proyectos de mejora participativa, en los que se desarrollen nuevas variedades con las que responder a necesidades cambiantes social y ambientalmente. Las cubiertas vegetales permiten proteger al suelo de la erosión, aportarle carbono y nitrógeno (si contienen leguminosas), “capturar” nutrientes evitando su lavado, y contribuir a la conservación de la biodiversidad, tanto cultivada, por las especies que se emplean en las cubiertas, como silvestre, por el crecimiento de vegetación espontánea y de organismos que consumen su biomasa. Las rotaciones suponen la combinación de cultivos en el tiempo, mientras que los intercultivos los combinan en el espacio. Los beneficios agronómicos de ambos tipos de diversificación son múltiples, desde el aumento de rendimientos a la reducción de las necesidades de insumos. Las rotaciones son técnicamente sencillas y de fácil implementación, mientras que los intercultivos presentan retos mayores, como la adaptación de la maquinaria agrícola. La agroforestería es un tipo particular de intercultivo en el que se combinan especies herbáceas y leñosas, maximizando los beneficios socioambientales de la diversificación.  

Bloque 3. Medidas relacionadas con la conservación del suelo. Estas medidas se centran en maximizar el papel del suelo como sumidero de carbono, en evitar su degradación y en favorecer su biodiversidad. La reducción del laboreo supone un importante ahorro energético y además promueve la acumulación de materia orgánica (y por tanto de carbono) en el suelo. La reducción del laboreo, por tanto, tiene muchos beneficios, pero es importante no basarla en el uso de herbicidas, que conllevan problemas adicionales como la contaminación y la pérdida de biodiversidad. El retorno al suelo de residuos agrícolas es una práctica muy beneficiosa para el suelo y el medio ambiente, particularmente cuando reemplaza a la quema, que sigue realizándose sobre todo en cultivos leñosos. La ausencia de pesticidas de síntesis es una medida obligatoria en agricultura ecológica, que se asocia a beneficios sobre la biodiversidad y la salud humana, aunque también puede generar una caída de rendimientos que se debe tratar de minimizar mediante estrategias de diversificación ecofuncional.

Bloque 4. Medidas relacionadas con la autoproducción de energía renovable. La dependencia de la energía no renovable de la producción agrícola moderna genera una gran vulnerabilidad a los problemas de suministro, que se espera que se incrementen con el agotamiento de recursos. Con la agricultura ecológica se evita el uso de gas natural para la fabricación de fertilizantes, pero aún queda la dependencia del combustible y la electricidad. En el primer caso, podría emplearse biomasa local para la tracción, sustituyendo el diésel de la maquinaria podría ser sustituido por etanol o por biodiésel, siempre que se modere su consumo. En el segundo, contamos con la solar o eólica para riego. La energía solar para riego ya está experimentando un fuerte crecimiento en España, que debe fomentarse sin descuidar la necesidad de asegurar un uso sostenible del agua, garantizando la recarga de acuíferos. En conclusión, la agroecología tiene el enfoque holístico necesario para abordar los formidables retos ambientales a los que se enfrenta la agricultura, ofreciendo una completa caja de herramientas que, una vez adaptadas a cada contexto específico y superadas las barreras económicas y sociales que impiden su expansión, permitirían reducir drásticamente los impactos ambientales de la producción agrícola y hacerla resiliente a los cambios en el clima y al agotamiento de recursos.