En febrero conocíamos a través de los medios de comunicación que ciertas partidas de naranjas españolas habían sido retiradas del mercado alemán por contener un pesticida conocido como clorpirifós.

Una noticia que pasa desapercibida si no recordamos que el uso de clorpirifós y clorpirifós metil está prohibido en la Unión Europea desde el 31 de enero de 2020 por sus consecuencias adversas para la salud.

Hace un año, cuando la pandemia aun no nos había trastocado la vida y el 2020 auguraba la implementación del Pacto Verde Europeo, celebrábamos con enorme satisfacción esta prohibición largamente perseguida por la comunidad científica. Tras 55 años en el mercado, Europa prohibía este pesticida tóxico, a sabiendas que para esta decisión había tenido mucho que ver el empeño de España.

El clorpirifós se encuadra dentro del grupo de los pesticidas organofosforados (OP); insecticidas ampliamente utilizados en todo el mundo tanto para usos domésticos como agrícolas. Muchos países, entre ellos España, habían prohibido hacía años su uso doméstico, pero aún se permitían para el control de plagas en agricultura. Curiosamente, algunos países europeos nunca lo habían autorizado.

Ahora que por fin está prohibido, urge ser más estrictos en la aplicación de esta regulación porque es responsabilidad de todos no poner al alcance de la boca de los consumidores, sobre todo niños y jóvenes, alimentos que puedan contener trazas de este pesticida porque está demostrado que sus consecuencias no son buenas para un desarrollo saludable.

Cómo nos exponemos al clorpirifós

Al ser un pesticida ampliamente empleado en la agricultura, la principal fuente de exposición es la ingesta de residuos de clorpirifós a través de la dieta. De hecho, este residuo es el más frecuentemente encontrado en el análisis de alimentos españoles del 2018. 

Según fuentes autorizadas, los cítricos de todo el Levante fueron los alimentos que más frecuentemente contuvieron este producto dado su empleo para combatir las plagas de pulgones y de piojo gris. A los limones, las naranjas y las mandarinas le siguen los cultivos de plátanos, olivos, puerros y acelgas. Su uso ha estado siempre tan extendido, que en los análisis llevados a cabo por la administración se llegó a encontrar hasta en 40 productos alimentarios. Entre 2015 y 2017 se realizaron 4.677 tests en busca de residuos de clorpirifós y un 8,5% de los alimentos dieron positivo. De esos 400 casos, 17 superaban el límite máximo de residuo permitido. La Comunidad Valenciana encabeza la lista con 233 muestras positivas, representando un 58,25% del total de los resultados.

Afortunadamente para los seres humanos, los pesticidas OP no se acumulan en el cuerpo, se metabolizan y el 75% de lo ingerido se excreta en la orina entre 6 y 48 horas posteriores a la ingesta. Actualmente, los biomarcadores más sensibles y confiables de la exposición a OP son los niveles urinarios de sus metabolitos. En un estudio reciente encontramos que el 70% de los jóvenes granadinos analizados tenían metabolitos de pesticidas OP en su orina.

Cómo es de tóxico

La evidencia de toxicidad de estos pesticidas es apabullante; desde hace años están apareciendo estudios que confirman el riesgo que implica su uso para la salud humana, el medioambiente y la fauna. La información existente indica un efecto negativo del pesticida sobre el cerebro y el sistema nervioso, provocando trastornos de déficit de atención, hiperactividad, autismo y pérdida de puntos en el coeficiente intelectual. Esto pone a la infancia en el epicentro de los efectos, ya que este pesticida puede interferir en el desarrollo desde el embarazo y en edades tempranas.

Según Philippe Grandjean, catedrático de la Escuela de Salud Pública de Harvard, el daño cerebral relacionado con clorpirifós se ha encontrado incluso en dosis apenas detectables, por lo que no hay dosis segura. Para Bárbara Demeneix, catedrática de Biología del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y del Muséum National d’Histoire Naturelle de Paris, “la evidencia científica muestra claramente que la exposición prenatal a clorpirifós tiene efectos perjudiciales en el coeficiente intelectual y el grosor de la corteza cerebral. Clorpirifós es tóxico para el sistema nervioso central, es decir, neurotóxico, y es un disruptor endocrino, en particular de señalización tiroidea. Clorpirifós puede así interferir con el desarrollo cerebral”. Demeneix prosigue: “la lentitud en la regulación del clorpirifós proviene del hecho de que las agencias que evalúan el riesgo fueron engañadas por el expediente del fabricante donde las variables cerebrales no fueron descritas correctamente, subestimando los efectos”. Y concluye «en 2015, evaluamos el coste de la exposición a los pesticidas OPs, siendo clorpirifós uno de los más utilizados en la UE. Encontramos que la exposición a estos compuestos se asoció con 13 millones de puntos perdidos de Coeficiente Intelectual y 59.300 casos de discapacidad intelectual, además de un coste de 146.000 millones de euros al año.»

Clorpirifós y las hormonas

La demostración de su efecto como disruptor endocrino queda patente en los cambios de la hormona masculina testosterona y las hormonas tiroideas en los adolescentes. La predisposición genética vinculada a los genes que codifican enzimas implicadas en el metabolismo del pesticida puede contribuir a que varíe cómo de susceptible es una persona a la toxicidad por estos contaminantes ambientales. En definitiva, un ejemplo más de interacción entre genes y exposiciones ambientales: todos estamos expuestos, pero unos seremos más sensibles que otros.

Es cierto que deberían emprenderse nuevos estudios de seguimiento con poblaciones más amplias que permitan dilucidar si la exposición a estos pesticidas puede causar cambios permanentes en los niveles hormonales y explorar la influencia de la susceptibilidad genética a la toxicidad en el riesgo de efectos adversos para la salud. Pero mientras esos estudios llegan, es necesario actuar con diligencia evitando la exposición inadvertida de madres, hijos y jóvenes a un pesticida cuyos efectos en salud están demostrados.

Aplicar la prohibición

Es realmente preocupante el tiempo empleado por la administración europea en tomar decisiones regulatorias, contraviniendo las recomendaciones del principio de precaución que según el propio Parlamento Europeo debería iluminar cualquier procedimiento. Según este principio, ante la incertidumbre es necesario anticiparse y actuar con cautela. Este principio añade que la prueba debería recaer en el proponente de la acción, de tal manera que es el vendedor de clorpirifós quien debería asegurar su no toxicidad, en lugar de tener que demostrar, tras años de exposición, que alguien ha sido perjudicado por esa exposición. De hecho, cabe preguntarse cuánto daño podría haberse evitado de haber sido más diligentes en la prohibición del uso comercial de este compuesto.

Ahora que el clorpirifós está prohibido, es responsabilidad de todos, administración, productores y distribuidores, hacer cumplir esta reglamentación para que no tengamos que desconfiar de las propiedades beneficiosas de algo tan natural como el zumo de naranja.

El pesticida clorpirifós es un compuesto químico más en la larga lista de contaminantes ambientales con capacidad de alterar el equilibrio hormonal, conocidos como disruptores endocrinos. La exposición humana a esta clase de compuestos ha sido revisada en nuestro informe “Una lección mal aprendida: la exposición humana a pesticidas disruptores endocrinos (EDC) y sus consecuencias para la salud” que puedes consultar en el apartado de publicaciones.