El abastecimiento alimentario cuando cierran las tiendas.

Autora invitada: Dra. Guadalupe Ramos Truchero, Universidad de Valladolid y Grupo de Investigación en Sociología de la Alimentación.

El Congreso de Diputados acaba de tramitar la propuesta de incorporar a los establecimientos de hostelería y pequeños comercios de municipios de menos de 200 habitantes, a la categoría de entidades de economía social, a través de la modificación de la Ley 5/2011, de 29 de marzo, de Economía Social. La proposición, hecha por el partido Teruel Existe, desde el grupo Parlamentario Mixto, tiene como propósito, proteger la permanencia de los servicios básicos de ámbito privado, ante el declive económico y poblacional que viven muchos municipios rurales españoles en proceso de despoblación. Ante el atractivo mediático y sentimental que provoca en nuestro país la despoblación, por un lado, y la desaparición de un lugar simbólico como el bar de pueblo, por otro; medios de comunicación y redes sociales han hecho del deterioro comercial en zonas despobladas un tema popular durante varios días,

Comercios y venta ambulante de alimentación, se incluyen en esta novedosa, pero superficial y apresurada iniciativa parlamentaria que apenas se detiene en exponer la importancia que este servicio conlleva. El deterioro comercial de la alimentación, que desde hace unas décadas es un tema científico, ha mostrado el impacto que, más allá de la función de encuentro y de sociabilidad que ha destacado el interés de la opinión pública, tiene sobre la calidad de vida, los hábitos alimentarios y la salud pública de los ciudadanos residentes en territorios periféricos de la actividad económica comercial.

¿Por qué desaparecen las tiendas de alimentación en los pueblos pequeños?, ¿dónde compran alimentos los residentes de estos pequeños municipios?, ¿cómo influye la disponibilidad comercial en sus prácticas alimentarias?

Estas preguntas se plantean en el estudio “Dinámicas de abastecimiento alimentario en zonas rurales españolas: resolviendo la comida diaria cuando faltan las tiendas” publicado por la revista Panorama Social y financiado por el proyecto “Alimentación y estructura social. Análisis de las desigualdades sociales en España” (CSO2015-684-R). El estudio investiga sobre los efectos que la perdida de tiendas y comercios de alimentación deja en pequeños municipios despoblados, mostrando cómo el déficit comercial moldea las formas de aprovisionamiento alimentario de la población rural.

Visibilizar particularidades y desigualdades alimentarias en territorios rurales despoblados.

En España, la despoblación, el envejecimiento y el empobrecimiento de la población en los municipios pequeños, en las últimas décadas, han supuesto el deterioro de los servicios en los territorios rurales y dispersos. A diferencia de lo sucedido con el cierre de otros servicios como colegios, centros médicos, farmacias u sucursales bancarias, pocas veces se trata la situación del abastecimiento alimentario como consecuencia del cierre de tiendas y comercios dedicados a la venta de productos de alimentación en el medio rural.

Por su vinculación con la tradición agrícola, las zonas rurales son habitualmente consideradas oasis alimentarios, donde la producción, transformación y disponibilidad de alimentos es abundante y permanece inalterable. Sin embargo, son zonas también condicionadas por el cambio social alimentario y las dinámicas de la distribución comercial alimentaria. Esto estaría planteando importantes pérdidas en la oferta alimentaria de estos territorios remotos o despoblados como consecuencia de la desaparición de tiendas de comestibles.

Pese a esto, en España sabemos poco de ello. Los datos e información que respalden el declive del comercio rural de alimentación son escasos. La única información procede del desaparecido Anuario Económico de España de La Caixa que proporciona datos de los establecimientos comerciales para los municipios de 1.000 a 2.000 habitantes e informa del descenso del 42% en todas las actividades comerciales de alimentación entre 2005 y 2012 en estos territorios. Y, puntualmente, hay datos de alguna comunidad autónoma. Castilla y León, registró 24 zonas rurales con déficit de establecimientos dedicados a la venta de productos de primera necesidad, contabilizando un total de 733 municipios sin ningún comercio y 228 pueblos con un solo establecimiento, afectando a una población estimada de 459.291 habitantes rurales.

Conocer el modo en que se afronta el abastecimiento alimentario en zonas caracterizadas por tener poblaciones de reducido tamaño y por la escasez o total ausencia de comercios de alimentación es esencial para diseñar intervenciones efectivas que protejan establecimientos o comercios de alimentación rurales de las dinámicas del mercado. En este contexto, el objetivo de este estudio es conocer las estrategias de abastecimiento alimentario en áreas rurales y explorar su relación con el deterioro del comercio local. 

Para ello, se realizaron once entrevistas semiestructuradas, entre noviembre de 2017 y enero de 2018, en el Principado de Asturias. Las entrevistas se han llevado a cabo en hogares ubicados en localidades con poblaciones menores de 300 habitantes. La selección de hogares se llevó a cabo siguiendo los criterios de la edad y género del responsable de la alimentación, la composición de hogar en función de la presencia y edad de los hijos, la ocupación, la disponibilidad de coche y la presencia de tiendas de alimentación cercanas.

Afrontamiento de la escasez de tiendas y otras prácticas de abastecimiento alimentario

Los resultados de las entrevistas dan cuenta de la diversidad de formas de afrontar la escasez del comercio alimentaria y de las estrategias de la población para satisfacer sus necesidades de aprovisionamiento alimentario. Por ello, para algunos entrevistados afrontar la falta de tiendas de comestibles es algo que asumen y que han hecho habitual en sus rutinas diarias. Son los residentes con más dificultades de movilidad (personas mayores o sin coche disponible) quienes hacen hincapié en cuestiones como la disminución o desaparición de comercios en la localidad, así como en la distancia a recorrer hasta llegar a pie a las tiendas. Sin embargo, de sus palabras no se desprende una preocupación generalizada por la pérdida de un servicio básico, incluso aunque implique el aumento de la distancia a recorrer para realizar las compras.

Es destacable la dificultad que los residentes manifiestan para encontrar alimentos frescos disponibles, siendo el pescado fresco uno de los productos que más echan de menos. Esto muestra una limitada variedad de alimentos, en buena parte, debido a una peor distribución alimentaria en la que las tiendas especializadas como pescaderías, carnicerías, fruterías o panaderías se perdieron más tempranamente mientras que los que mejor resisten son los comercios de alimentación genéricos, es decir, tiendas “que tienen de todo y de nada”.

En muchos casos se observa que en las localidades pequeñas la venta ambulante es uno de los canales de distribución que suplen la pérdida de tiendas especializadas. De hecho, en ocasiones son el único canal presente. Por lo general, el comercio ambulante se caracteriza por llevar alimentos frescos y congelados. Suelen ser comerciantes de otras localidades que pasan una o dos veces por semana haciendo ruta por distintos municipios en furgonetas. En el caso de la venta de pan, la distribución tiene casi una frecuencia diaria. Dentro de esta modalidad también puede incluirse la celebración de mercados semanales.

El estudio apunta al encarecimiento de la alimentación como otro aspecto destacable de la compra alimentaria en el medio rural. Los entrevistados manifiestan que los precios de los alimentos disponibles en las tiendas cercanas son más elevados que en los supermercados situados en otros lugares, señalando también que en esos supermercados hay más variedad y precios más competitivos. En cuanto a la venta ambulante, algunos entrevistados laboralmente activos señalan que no pueden utilizarla debido a que sus horarios se solapan con la jornada de trabajo.

Algunos habitantes ponen de relieve la importancia de comprar en el comercio local para mantener un servicio que consideran esencial en el municipio. Muestran su compromiso comprando parte de la cesta de alimentos habitual en estos comercios de productos (pan, arroz, lácteos) o compras puntuales de productos que necesiten en un determinado momento. Son compras motivadas por una combinación de conveniencia y de solidaridad con el vecino que tiene un negocio. Quienes destacan esta dimensión son normalmente los más jóvenes y con posibilidades de desplazamiento. Sin embargo, para los residentes mayores las tiendas rurales suponen una gran comodidad, porque dadas sus limitaciones de movilidad, les permiten tener un acceso a comercios que de otra forma sería difícil.

Aunque, también hay un perfil de residente que reacciona ante el encarecimiento y la falta de variedad en los comercios locales y rechaza abiertamente la compra en establecimientos próximos. Encuentran mayores ventajas en las grandes superficies comerciales de las localidades cercanas. Por lo general, este tipo de opiniones y comportamiento se encuentra entre las familias con menos recursos, con posibilidad de desplazarse a comprar a otros municipios o que disponen de menos tiempo. En consecuencia, es común que los habitantes rurales se desplacen con frecuencia en coche a otros municipios a comprar en supermercados con una amplia gama de alimentos o en tiendas especializadas. En las zonas investigadas los desplazamientos suponen viajes de 10-15 minutos en coche. En ocasiones la frecuencia está pautada: una vez a la semana, cada quince días o, incluso, cada mes.

Son los habitantes que no disponen de coche quienes en mayor medida pueden estar sufriendo la escasez de comercios de alimentación. Se trata en muchas ocasiones de las personas mayores. Esto les obliga a recurrir a una práctica que parece ser común: que vecinos y familiares realicen por ellos la compra o al menos parte de ella, así como que les trasladen a comprar hasta los supermercados o localidades más cercanas.

Fruto de estas dificultades, el almacenamiento de comida aparece como una dinámica esencial entre los residentes rurales entrevistados. Los hogares rurales tienden a acumular productos comprando abundante cantidad de alimentos no perecederos (aceite, leche, conservas o legumbres). La congelación es una práctica de almacenamiento muy extendida en estos municipios. En las familias rurales es frecuente la posesión de congeladores grandes (arcones) donde almacenar grandes cantidades de alimentos para disponer de ellos sin necesidad de desplazarse.

Fuentes alternativas de aprovisionamiento: el autoabastecimiento de alimentos

Otro de los resultados a destacar de este trabajo es el hallazgo de prácticas de autoabastecimiento que permanecen como vestigios alimentarios en muchos municipios. Estas estrategias están vinculadas a la cultura de la producción alimentaria propia que se ha mantenido en no pocos hogares rurales. Algunos entrevistados explican que se abastecen con alimentos procedentes de huertos familiares, de pequeñas granjas domésticas o de una residual matanza de animales criados o comprados para consumo propio. Estas pequeñas explotaciones permiten disponer de productos esenciales para consumir durante todo el año y complementar la compra de alimentos habitual de estas familias. Estas prácticas son más frecuentes entre la población de mayor edad, mientras que la población rural más joven demuestra interés por ellas, pero carece de conocimientos y tiempo para el autoconsumo.

La huerta proporciona a las familias verdura y fruta durante una temporada y a veces durante todo el año. Se cultivan alimentos que plantan guiados por la costumbre y las preferencias alimentarias de la dieta familiar. Es habitual que algunos de estos productos, según las peculiaridades de elaboración y conservación de cada uno, se congelen, emboten o se almacenen en una despensa. Algo que evidencia una amplia red de huertos de autoconsumo poco visible pero que garantiza el suministro alimentario alternativo en muchas economías domésticas.

Es también frecuente la compra de animales en canal o piezas de carne a carnicerías o ganaderos para consumir entre varias casas de una misma familia durante el año. En ocasiones, se trata de carne para la elaboración de embutidos, pero también para congelar y consumir directamente. Como en el manejo de la huerta, para estas labores resultan claves la experiencia y la destreza que se han podido adquirir en la familia y que pueden necesitar un tiempo de aprendizaje. Con todas estas prácticas se pretende optimizar la disponibilidad de alimentos, el ahorro en el consumo de alimentos como la carne o verdura y la obtención de alimentos de calidad.

Acciones a seguir para abordar este problema

Con este estudio se muestran inicios de que los municipios rurales de menor tamaño en España han perdido comercios locales y revela los rastros que esta situación deja en la población rural que permanece en estos territorios. La despoblación, el envejecimiento y empobrecimiento que caracteriza a las áreas rurales más remotas marcan la presencia de dificultades y particularidades en el abastecimiento alimentario. El trabajo evidencia la presencia de prácticas alimentarias ancladas en la costumbre que permanecen, consumidores involucrados en la gestión de su propia alimentación a través del conocimiento del cultivo de alimentos y de la conservación de productos y de unas redes de contactos locales activas entre vecinos próximos y familiares residentes en otras localidades. A esto hay que añadir una distribución alimentaria poco visible que está dando soluciones de abastecimiento a la población rural con mayores dificultades para adaptarse al cambio alimentario a través de rutas de reparto periódicas o con servicios a domicilio privados.

Es decir, a pesar del progresivo descenso de los comercios locales, no estamos ante una total pérdida alimentaria, sino ante comunidades dinámicas que se intentan organizar para adaptarse a los cambios alimentarios. Pese a ello, hay que poner la máxima atención en los grupos más vulnerables identificados, ancianos y personas con escasa movilidad o con insuficientes recursos económicos. El riesgo de la pérdida de comercios de alimentación es mayor para ellos, ya que son quienes más dependen de estos establecimientos.

Por tanto, convendría que las administraciones públicas, desde sus programas o estrategias aborden específicamente el deterioro comercial alimentario y busquen soluciones para sostener la presencia de suministros comerciales de alimentación como un servicio público más en las zonas rurales despobladas. Un servicio, que actúe ante la vulnerabilidad en la que se están quedando las poblaciones envejecidas de ciertas regiones económicamente periféricas en toda Europa, frente a la concentración territorial del capital en los núcleos poblaciones de mayor tamaño. El intento en España, mencionado al inicio, de incluir a bares, restaurantes y comercios de alimentación de municipios de menos de 200 habitantes como entidades sociales, es un paso relevante. Sin embargo, una vez más, se deja sin abordar a la cuestión alimentaria en el medio rural más despoblado y la importancia que los servicios alimentarios tienen; no sólo como lugar de encuentro o como fórmula para fomentar la atracción de nuevos residentes que emprendan un pequeño negocio, sino también para mantener una alimentación saludable y sostenible entre sus ciudadanos.