La adaptación al cambio climático es una tarea colectiva. Exige poner en juego una pluralidad de conocimientos y estrategias, capaces de responder a problemáticas complejas y cambiantes.
En esa búsqueda de soluciones, tendemos a depositar nuestra confianza en las innovaciones tecnológicas, olvidando que ya contamos con herramientas probadas que han demostrado su eficacia frente a crisis anteriores. Entre ellas, el conocimiento ecológico tradicional (CET) representa un recurso poco reconocido, pero de enorme valor.
El conocimiento ecológico tradicional
Se trata de un sistema de saberes y prácticas agrícolas y pesqueras transmitido fuera de los cauces de la ciencia oficial, que, durante siglos, ha moldeado los territorios, incluidos los ecosistemas marinos, en equilibrio con las necesidades humanas y la integridad de los sistemas naturales. Se construye a partir de la experiencia directa con el medio: observando, probando y aprendiendo día a día. Es un conocimiento práctico, profundo y flexible, que se ajusta cuando algo deja de funcionar y que incorpora nuevas ideas y prácticas, incluyendo tecnología, sin perder su raíz local. Sin embargo, no todo el CET es ecológicamente sabio y hay prácticas que, a la larga, han demostrado ser ambientalmente nocivas, como en el caso de la pesca de gánguil o arrastre y su efecto en las praderas de posidonia.
Este saber, fuertemente ligado a lugares específicos y a las comunidades que los habitan, se transmite de forma oral y a través de la práctica. Se manifiesta en creencias, refranes, rituales, herramientas, técnicas de cultivo o pesca, infraestructuras, sistemas de organización social y modelos de uso del territorio, conformando el acervo biocultural de un territorio.
Su vínculo con el cambio climático
El CET es especialmente relevante para la adaptación al cambio climático por su visión holística, pues considera las interacciones entre los distintos elementos de un sistema (vivos e inertes) y no separa lo humano de lo natural, ni lo material de lo espiritual. En el ámbito agrario, esto se traduce en prácticas afines a la agroecología, es decir, rotación de cultivos, recuperación de la fertilidad del suelo mediante la reincorporación de materia orgánica, aprovechamiento del agua de lluvia, integración de la biodiversidad productiva y no productiva, entre otras. En el sector pesquero, el CET históricamente ha dado forma a modelos de gestión comunal que se asemejan al enfoque ecosistémico, actualmente defendido desde la ciencia y las instituciones públicas para garantizar una explotación equilibrada de los recursos marinos.
Sin embargo, pese a su potencial en aspectos como la sostenibilidad, la resiliencia o la autonomía alimentaria, el CET sigue invisibilizado o relegado en los marcos de adaptación diseñados desde la ciencia y la administración pública. Por eso, los aprendizajes del proyecto “Vía Sabia: Tendiendo puentes entre saberes para una mejor adaptación al cambio climático de los sistemas agrarios y pesqueros”, desarrollado por Alimentta en Andalucía, Cataluña, Galicia e Islas Baleares, son relevantes para entender su complementariedad con el conocimiento científico y su aplicabilidad para la acción climática.
Combinar la ciencia con el CET
Integrar distintos sistemas de conocimiento en contextos donde la ciencia mantiene una posición de privilegio plantea desafíos profundos. Para que el CET pueda formar parte de los procesos de formulación de políticas, es fundamental armonizar lenguajes, sistematizar saberes y someterlos a procesos de validación rigurosos, pero también accesibles y colaborativos. No basta con traducir el CET al lenguaje académico: es necesario construir espacios diálogo donde todos los saberes sean valorados en igualdad de condiciones.
El análisis de fuentes bibliográficas revela que hay una importante laguna, tanto en el ámbito pesquero como agrícola, ya que la mayoría de los estudios lo abordan como un patrimonio cultural amenazado, pero no como una fuente de herramientas útiles para la adaptación climática. Además, estas fuentes no suelen ofrecer una visión integral que incluya el CET de ambos sectores.
Escuchar las voces del sector primario permite identificar patrones sobre cómo perciben el cambio climático las personas agricultoras y pescadoras, y conocer qué estrategias están adoptando. Esta escucha también permite constatar una dificultad importante: el CET no siempre es fácilmente reconocible, ni siquiera por quienes lo practican. Por eso es clave generar espacios de encuentro participativos, donde se puedan compartir observaciones y experiencias, buscando identificar un saber que no es concreto e intacto, sino híbrido y mutable.
Claves para la adaptación al cambio climático
El sector agrario y pesquero comparten patrones que se repiten a través de los territorios. Desde cambios en las estaciones, hasta alteraciones en los ciclos de vida de las especies o su distribución, cambios biofísicos en hábitats marinos o terrestres, cambios en la productividad, aumento de tensiones sociales o normativas que no aterrizan adecuadamente en los territorios, entre otras. La publicación “10 claves para comprender las necesidades de adaptación al cambio climático en el campo y en el mar” recoge las principales problemáticas derivadas del cambio climático.
Conocimiento ecológico tradicional útil para la acción climática
Desde el CET también pueden hacerse recomendaciones de gran utilidad para afrontar la adaptación al cambio climático. Desde medidas de adaptación ecológica (como la recuperación de enfoques de cogestión, el reconocimiento de los servicios ecosistémicos o la gestión adaptativa del agua); sociales (fortalecimiento del asociacionismo del sector primario, formación en adaptación climática, modelos de gobernanza colaborativa o mapeo de infraestructuras críticas); hasta económicas (reconfiguración de las cadenas de valor, valorización de especies locales, mecanismos financieros transformadores o medidas de protección de la agricultura familiar y la pesca sostenible de cercanía).
En concreto, desde las comunidades agrícolas y pesqueras, con el apoyo de la comunidad científica, se han identificado “18 acciones para fortalecer la adaptación al cambio climático del sistema agroalimentario”. Estas propuestas, enraizadas en el CET, pueden contribuir a informar el próximo programa de trabajo (2026-2030) del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático, así como nuevas líneas de investigación o redes de colaboración regional. Siempre con la voluntad compartida de trabajar desde la intersección entre CET y ciencia para construir soluciones más justas, eficaces y arraigadas territorialmente que respondan a las necesidades locales de adaptación al cambio climático.