Las cifras de sobrepeso y obesidad en personas menores de edad en España son alarmantes. Los últimos datos del Observatorio Mundial de la Salud de la OMS sitúan a España en la cuarta posición de los países de la Unión Europea con una tasa de sobrepeso y obesidad del 34,1% para una población con edades comprendidas entre 5 y 19 años (WHO, 2016). El estudio ALADINO revela cifras en nuestro país de exceso de peso entre los 6 y 9 años del 40,6% (ALADINO, 2019).

Esta situación es especialmente preocupante, pues niños, niñas y adolescentes con sobrepeso y obesidad tienen mayor riesgo de presentar enfermedades crónicas en la edad adulta (enfermedad cardiovascular, cáncer, diabetes), aunado a una elevada mortalidad por estas patologías, suponiendo esta situación un coste socioeconómico elevadísimo. Por otro lado, la niñez y la adolescencia son períodos en los que se crean y consolidan determinados comportamientos que conforman el estilo de vida, lo cual influye en el estado de salud actual y en la edad adulta.

Los malos hábitos alimentarios y el sedentarismo se relacionan directamente con el sobrepeso y la obesidad y es necesario intervenir en la demanda y el consumo de alimentos, con la finalidad de mejorar los hábitos y brindar beneficios sobre la salud.

Recientemente, el Ministerio de Consumo ha anunciado la prohibición de publicidad dirigidas a personas menores de 16 años de alimentos nocivos para su salud: chocolate y azúcar, productos de pastelería, zumos, bebidas energéticas y helados. No hay dudas de que el impacto de la publicidad en lo que comen y cómo comen los menores es alto, de hecho, si no fuera así, la industria no invertiría tanto en promocionar sus productos, pero ¿serán estas medidas efectivas en el cambio de hábitos dietéticos?

Existen experiencias similares a la propuesta en España en otros países tales como, Reino Unido, Noruega o Portugal (todos ellos con limitaciones a la publicidad del azúcar de un modo u otro). Las medidas puestas en marcha no han resultado ser tan exitosas como podríamos imaginar. En Reino Unido, por ejemplo, tras la prohibición de publicidad de productos azucarados dirigidos a menores, la industria alimentaria aumentó la intensidad de la publicidad de sus productos en horarios no infantiles, pasando la publicidad televisiva de «comida no saludable» del 38% antes de la medida al 60% después de la misma. Por otro lado, los anunciantes cambiaron sus estrategias y reformularon sus alimentos con tal de publicitarlos como versiones “light” o con más alto contenido en fibra (en horarios infantiles o no), de manera que los menores siguieron estando expuestos de uno u otro modo a productos de mala calidad nutricional.

Ante esta situación, se debería prestar especial atención al diseño de la norma y posiblemente proponer la prohibición total de publicidad de productos no saludables, tal y como se hizo en su día con el tabaco.

Por otro lado, sea como sea la norma en España, no podemos esperar que estrategias publicitarias vayan a resolver el problema. La situación actual de malos hábitos alimentarios en la población infantil es bastante más compleja y es necesario realizar inversiones que vayan más allá. Es de valorar las campañas de comunicación y sensibilización de la población que se realizan o han realizado en España, pero no se debería olvidar la importancia de una educación nutricional efectiva desde las escuelas, asignatura pendiente en nuestro país y en la que igualmente, debería invertirse.

Por último, es de destacar que, en una dieta saludable es necesaria la presencia de alimentos frescos y/o poco procesados como primera opción, de manera que las estrategias publicitarias de alimentos no saludables deberían quedar en un segundo plano. Posiblemente, sea el momento de centrar la atención en campañas publicitarias que promocionen el consumo de frutas, verduras, hortalizas y legumbres y de invertir en campañas de sensibilización que vayan en este sentido.