Autora invitada: Ariana Domínguez García, doctoranda en Historia de la Universitat de les Illes Balears.

Las mujeres han sido un agente activo fundamental en la estructura socioeconómica de muchas comunidades pesqueras tradicionales.

Dentro del ámbito pesquero español, los estudios documentan una amplia diversidad de trabajos realizados tradicionalmente por las mujeres, tanto en el mar, como especialmente en tierra y dan cuenta de la capacidad de diversificación que conforma estos colectivos en el seno de las sociedades pesqueras contemporáneas.

En el marco de este universo femenino, la comercialización de pescado ha sido una práctica fundamental dentro la cultura de los pueblos pesqueros.

En Mallorca (Islas Baleares, España), esta actividad fue ampliamente desarrollada a lo largo del siglo XX por diferentes colectivos de mujeres provenientes de diferentes familias de pescadores. Como miembros destacados del negocio familiar, las mujeres participaban activamente en el conjunto de etapas que conforman la cadena de suministro del sector pesquero desde la descarga, conservación y distribución de las capturas, hasta su administración y venta final. 

Más allá de una lectura económica

La comercialización de pescado ha contribuido al desarrollo del capital social de las mujeres y de las comunidades pesqueras en su conjunto. Partimos de la idea de que estas mujeres han configurado comunidades de práctica (más o menos heterogéneas) estructuradas, en gran medida, a través de las prácticas cotidianas compartidas, las interacciones sociales, así como la transferencia de conocimiento que se daban en relación con la venta de pescado. Múltiples actores humanos y estructurales han interactuaron también en el desarrollo de estas prácticas femeninas cotidianas. Este aspecto nos obliga a analizar a estas comunidades de práctica femeninas más allá del mero factor humano y a tener en cuenta el rol activo que han tenido en su configuración, la propia cultura material, los espacios y la movilidad.

El papel de los mercados municipales

Las mujeres tuvieron un papel muy importante en la comercialización minorista de pescado centralizada en los principales mercados municipales de la isla. El desarrollo de esta modalidad de venta permanente se sitúa en un contexto marcado por la modernización del sector pesquero, así como por el crecimiento económico y urbanístico de la sociedad mallorquina durante la primera mitad de siglo XX. Este fenómeno se da de forma significativa en la ciudad donde tiene lugar la construcción de mercados municipales situados en zonas públicas altamente transitadas, caracterizados por su monumentalidad y visibilidad. Se trataban de edificaciones de fácil acceso, estrechamente conectadas con la vida cultural, social y económica de la ciudadanía. 

Aprovechando las ventajas que ofrecían estos emplazamientos, vendedoras de diferentes tradiciones pesqueras solían congregarse en el interior de los mercados ocupando un espacio central organizado mediante largas filas de piedra. Este uso colectivo del espacio de venta estaba determinado, en gran medida, por la configuración interna de los propios mercados. Hasta finales de 1970s, una etapa previa a la modernización de los establecimientos comerciales, estos espacios se articulaban a partir de paradas de venta sin compartimentar y carentes de separaciones físicas internas.

Considerando los fundamentos de la Actor-Network Theory entendemos que la propia fisicalidad de los mercados municipales participó activamente en las formas de organización socioeconómica de las mujeres dedicadas a la venta de pescado. Como hemos explicado, los mercados eran espacios de uso colectivo donde las vendedoras desarrollaban intensas interacciones a través de prácticas cotidianas. En este sentido, las características físicas de estos espacios determinaron, en gran medida, el carácter solidario y colaborativo de esta actividad.

La colaboración como eje vertebrador de las relaciones entre mujeres

Un rasgo que caracteriza la comercialización de pescado en los mercados municipales es el colaboracionismo femenino desarrollado a través de la transferencia del conocimiento. El aprendizaje relativo al conjunto de prácticas implicadas en la venta de pescado tenía lugar entre una misma comunidad de práctica femenina. Las vendedoras nos comentan que aprendían el oficio de otras mujeres más experimentadas de su misma comunidad, quienes enseñaban siguiendo estrategias discursivas y a través de la observación participativa, las diferentes estrategias de venta en su lugar habitual de trabajo. Estas estrategias fueron fundamentales en la estructuración social de las vendedoras de pescado, pues les permitían compartir un determinado savoir faire, pero también ciertos valores y maneras de entender el mundo.

La ausencia de estrategias competitivas entre las vendedoras también denota la importancia que tenían los vínculos de amistad y generosidad. Según las fuentes orales, existían casos en que las vendedoras se encargaban de guardar el dinero ganado por otras mujeres. Paralelamente, los mercados solían funcionar como lugares de crianza de sus hijos donde las mujeres cooperaban entre sí para vigilar y supervisar el bienestar de los menores mientras se dedicaban a la venta de pescado. Este tipo de vínculos se dieron especialmente hasta mediados de 1960s, estando incentivados en gran parte por la configuración interna no compartimentada de los mercados. La ausencia de separaciones físicas entre los puestos de venta resultó clave para visibilizar y compartir la manera de trabajar que tenía cada vendedora, permitiéndoles establecer relaciones de confianza mutua.

Mercados como espacios de socialización

Además, en fechas señaladas, el mercado actuaba como un espacio de ocio para la comunidad de práctica de femenina, celebrándose dentro de ellos fiestas grupales. De nuevo, la posibilidad de generar este tipo de actos colectivos estaba en gran medida condicionada por las características físicas de los propios mercados y la ausencia de relaciones de competitividad. El ocio compartido estaba integrado dentro de la cotidianeidad de estas mujeres, del mismo modo que la socialización entre sus hijos. Como relatan algunas vendedoras, el juego en el mercado permitía a los menores interiorizar el sentido vocacional del oficio. De este modo, este espacio actuaba como un lugar de aprendizaje informal que resultaba clave para generar una identidad compartida y un sentido de pertenencia a la comunidad pesquera.

A través de estas dinámicas, la comunidad de práctica de pescaderas desarrolla en los mercados un intenso “sentido de lugar” cargado de recuerdos, emociones y de identidad compartida. De este modo, este colectivo de mujeres se concebía como “una gran familia”marcadapor un vínculo grupal que iba más allá del origen o la edad de cada vendedora. Vemos, por tanto, cómo el capital social articulado a través de la venta de pescado constituyó un elemento fundamental en la estructuración de estas comunidades de práctica femenina. En este contexto, el uso colectivo del espacio y la vinculación emocional hacía los mercados municipales fueron determinantes para que las mujeres pudiesen fortalecerse como comunidad y generar una red de relaciones estables capaces de mantenerse como colectivo a lo largo del tiempo.

Nuevos escenarios: los mercados municipales en la sociedad del ocio y consumo

Esta percepción de los mercados como escenarios de cohesión social permanece más o menos intacta hasta finales de siglo XX, cuando los ayuntamientos promovieron una modernización y reestructuración de los mercados municipales. Este proceso supuso la reorganización de los puestos de venta tradicionales a través del establecimiento de separaciones físicas entre las vendedoras de pescado, así como la especialización de las diferentes zonas de venta del mercado.

Estas medidas no implicaron sólo una transformación física del espacio, sino también simbólica. De forma gradual, los proyectos de modernización emprendidos desde la década de los 1980s fueron alterando las relaciones sociales entre las vendedoras de pescado. La emergencia de paradas separadas físicamente entre sí propició el desarrollo de formas de organización más individualizadas en torno a la venta de pescado y centralizadas en la unidad familiar, afectando directamente al sentido cohesionador de la actividad en el seno de la comunidad.

La desestructuración social del colectivo de pescaderas culmina con la mercantilización y gentrificación de los mercados que se observa en el siglo XXI como consecuencia de la turistificación de las Islas Baleares y del fomento de la sociedad del ocio y consumo. En las últimas dos décadas hemos visto cómo estos espacios han sido resignificados por su valor turístico y empresarial. De este modo, se han empezado a implantar con fuerza en diversos mercados de Palma (Mercat de l’Olivar, Mercat de Santa Catalina) o en el Mercat d’es Peix de Mahón políticas comerciales que promueven un nuevo uso del espacio, dedicándose principalmente a la gastronomía gourmet. Estas actuaciones han promovido una marginalización de las paradas de venta de pescado, suprimiéndose muchas de ellas por nuevas empresas de restauración diseñadas para adaptarse a las demandas y necesidades de los nuevos perfiles de consumidores.

Todo ello ha provocado una profunda pérdida identitaria del espacio asociado tradicionalmente con las pescaderas y de su capital social y cultural.